Lo intento cada año y nunca termino de entender que es una tarea imposible. Cada Jueves Santo me pongo delante de Padre Jesús y, cuando pasa, intento imaginar las palabras oportunas que describan lo que siento. Que sepan dibujar en pocas frases el pellizco que provoca cada chicotá, la lágrima que nace cuando la cara del Señor de Ronda camina con paso firme para encontrarse con su gente, con la que tanto le quieres. Es imposible.
Un año más me rindo a la evidencia de que las sensaciones que nacen del corazón no se pueden plasmar ni con palabras, ni en sonidos, ni en imágenes que vayan más allá de los que hacen que las miradas de amor y devoción se puedan encontrar en los rostros más curtidos por el paso de los años, pero también en el más joven de los cofrades que apenas entiende lo que supone que el Nazareno esté en la calle, pero sabe que está formando parte de algo muy especial.
No hay discusión. No hay debate posible. Nuestro Padre Jesús es Ronda y Ronda se vuelca con él.
No quiero. Me niego a seguir intentando poner palabras para contar como esos costaleros se dejan la piel bajo las trabajaderas, es imposible. Eso sólo se puede vivir en la noche del Jueves Santo.
Me rindo en el intento de seguir buscando la manera idónea de describir lo que siente el alma cuando la Virgen de los Dolores se alza hasta rozar la luna llena que nos regala la "Madrugá rondeña" y el paso por derecho deja el sonido sin igual del paso de palio a las órdenes de su capataz.
Lo dejo. No hay palabras. Lo seguiré intentando. Algún día podré encontrar una forma de contar un sentimiento. Mientras tanto seguiré guardando en mi corazón el rostro del nazareno como las miles de personas que encuentran paz en la mirada profunda de Padre Jesús, para poder, en los momentos donde nuestra cruz sea tan pesada como la suya, recordar que ninguna carga es tan grande como la que Él lleva por nosotros.