+ La “madrugá” en Ronda se escribe con mayúsculas y tiene nombre propio. Se llama Nuestro Padre
Jesús Nazareno. “El Señor de Ronda”. Su nombre le viene a la zaga. Y bien merecido lo tiene. Porque es el único capaz de convocar a los más alejados y hacer que le sigan durante todo el
recorrido hasta la cruz.
Jesús inicia su camino hacia el Calvario subiendo una larga cuesta
empedrada y empinada. Las gentes de su alrededor, no son un barrio. Es todo un pueblo el que le espera, el que le acompaña, y el que le reza.
Lleva al Cirineo, pero segura estoy de que cualquiera de los que lo esperan, dispuesto estaría
a ayudarle con la cruz. Es más, dispuesto estaría a quitarle la cruz de encima y llevarla por Él.
Vas subiendo camino del Calvario para ser ejecutado. A cuestas llevas nuestros pecados y el
peso de tu Reino. Un reino por el que te has sacrificado y que al final, te costará la vida.
Detrás, ayudándote a llevar la cruz, va un hombre rudo, fuerte,
hecho, de campo, Simón de Cirene. Un hombre que muy bien podría ser cualquiera de los que viven en tu barrio. Un hombre al que, viéndote pasar cargado, obligaron a que te ayudara y es que
ya te faltan las fuerzas y tu tiempo se acaba. Hay que terminar la tarea y cumplir con todo lo que dijo el profeta, mostrando al mundo cómo sufre y cómo muere el Hijo de María, El Hijo de Dios,
el Nazareno.
Camino del Gólgota vas recorriendo las calles de Ronda. Por calles
y plazas te vas encontrando con distintos personajes por las esquinas. Cada uno de ellos te ofrece su compasión y a ti, te sirve para irte despidiendo, dándole a cada uno lo que le hace falta. En
un momento miras hacia atrás y te admira la cantidad de gente que te va siguiendo: hombres y mujeres y niños en carritos o en brazos de sus madres. Y son a éstas que te siguen a las que diriges
tus miradas y tus palabras: “ No lloréis por mí. Llorad por vosotras y por vuestros hijos”. Se sienten unidas a ti por el dolor del sufrimiento y tú les recuerdas a sus hijos que son lo que más
quieren en este mundo. Quizás porque Él también se acuerda de su Madre y de los Dolores que está padeciendo por Él y con Él. Él no puede verla, pero sabe que su Madre sigue ahí y que no lo
abandonará nunca.
Santa Teresa de Ávila no vio al Nazareno, pero supo expresar ese deseo de forma magistral
con estos versos:
Véante mis ojos, dulce Jesús bueno,
Véante mis ojos, muérame yo luego.
Vea quien quisiere rosas y jazmines
Que si yo te viere, veré mil jardínes.
Flor de serafines, Jesús Nazareno,
Véante mis ojos, muérame yo luego.
¿Dónde está tu Reino?
Es este el cuarto misterio doloroso: Jesús con la cruz a cuestas. Y es que todos los caminos
llevan a la cruz.
Una cruz de Dolores que María lleva en su nombre: Dolores. Dolores de una Virgen que ya
empezó a padecer desde el día de la presentación de Jesús en el templo. Allí Simeón le anuncia su Pasión, la suya, no la de Jesús. En cierta forma, le manifestó que su
participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor.
Lágrimas resbalan por tus mejillas cuando recuerdas aquella escena.
Lágrimas que recoge San Juan en el pañuelo que te ofrece. ¿Quién se lo iba a decir que un muchacho, apenas un crío y unas cuantas mujeres serían quienes la sostuvieran en uno de
los momentos más importantes de su vida? ¿Dónde están esos hombres hechos y derechos que acompañaron a Jesús en su peregrinar durante tres años por Galilea, Judea y Samaría? El maligno les
ha metido el miedo en el cuerpo. Pero es curiosamente, la debilidad de las mujeres junto a la ingenuidad de la juventud, lo que es capaz de desafiar al poder romano y al sumo sacerdote. El tesón
de una Madre es lo que anima al resto a seguir al Nazareno y a no abandonarlo. Aún le queda que ver a Jesús caer bajo el peso de la cruz hasta por tres veces antes de llegar al
Calvario.
María Dolores,
De los Dolores María eres.
Dolores en el cuerpo y en el alma.
Dolores desde los comienzos: desde los físicos del parto hasta los dolores del
corazón.
Dolores por las caídas, por las burlas, por la humillación…
Dolores por la sangre derramada y el cuerpo maltrecho.
¿Qué es lo que falta?
La espada que atravesará su alma.
Ave María Purísima. Sin pecado concebida.