DON CARLOS CARRETERO. 2004
Desde la Triana rondeña, barrio de Padre Jesús, donde en una fuente el agua canta ocho salmos de amor en noche incierta, viene caminando el Señor de Ronda, paso a paso, poco a poco, sostenido por sus treinta y cinco costaleros que lo elevan para dar descanso a sus pies fatigados y llevarlo así hacia la noche eterna de Ronda. Aunque sea sólo por eso, por ir contigo esta noche, yo quiero ser nazareno y acompañarte en el paso de tu cruz y tu silencio. Por ver tus manos benditas abrazadas al madero, por pisar donde tú pisas, por ablandar este suelo de un pueblo que te esperaba por las calles de ensueño. Por sentir la madrugada atravesando tu cuerpo, por iluminar la sombra con la cera de mis rezos, por detenerme a la orilla de tu rostro descompuesto; por quitar una por una las espinas que te hirieron, por ver tu amor destruirse bajo el sol de nuestros cerros; por el llanto de tu Madre en alcores sin consuelo. Por ser tu hermano, tu amigo, por hacer de cirineo llevando en la noche al hombro el dolor de nuestro pueblo. Por el hambre y la miseria, por la herida del enfermo, por los que ignoran tu muerte, por los que no te siguieron y por todos mis pecados, aunque sé que no merezco ni caminar a tu paso, ¡Aunque sea sólo por eso, por ir contigo esta noche!, yo quiero ser nazareno.
Acompañándolo, no queriendo perderlo de vista, igual que hicieron en el Calvario Juan, el discípulo amado, le sigue una muchedumbre que con pies descalzos y velas quieren compartir su dolor y así testimoniar su fe al Nazareno.
Iluminando la noche con el lucero caminante de su paso de palio viene Ella, llena de tristeza infinita que no alcanza a comprender el por qué de tanto sufrimiento.
Virgen Virgen de los Dolores, dolor de todos tus dolores nazarenos, de todos los dolores que se bordan en el rojo amanecer de las bambalinas de tu palio, cuando quiebras la madrugada con el sol radiante de tus bellos ojos y Ronda quiere ser el Discípulo Amado que te acompañe para quedar, por siempre, abrazado a Ti.
Consuélala costalero con mecío primoroso bajo sus plantas, hazle peana de amor que sostenga la plenitud de su belleza, hazle pañuelo sobre sus manos para beber la sal que de sus ojos brotan. Cobija su dolor con el palio de tu amor para que tenga alegría de borlones y flecos, funde la cera de tu devoción en la candelería dispuesta ente sus ojos, para derretir su dolor con el fuego de tu alma encendida. Coloca gladiolos y claveles en las jarras de la fe para ofrecerle una Primavera resucitada. Hermano costalero, entrelaza tus ruegos y tus promesas, tus amores y tus penas, y conviértelas en candelabros de cola para llenar de luz las sombras de sus dolores que en Ronda le atenazan.