1º PREGÓN AL COSTALERO.
18 marzo de 1994
Revendo Padre, Junta de Gobierno de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús y Nuestra Señora de los Dolores, hermanos cofrades todos, queridos costaleros, gracias por honrarme esta noche con vuestra presencia:
Difícil le va a resultar al pregonero mantener la serenidad esta noche, al dirigirse a Padre Jesús, a la Virgen de los Dolores y al aparentemente alejado y rudo costaleo. Digo aparentemente porque he podido comprobar que ni son duros, ni están tan alejados como aparentan, pues al hablar e Padre Jesús con muchos de ellos he visto brillar algunas lágrimas rebeldes. Y esto es sentimiento de costalero de ayer, de hoy y de mañana.
Y en esta iglesia recién remozada, desde donde volverán a salir de nuevo las Imágenes de nuestros queridos Titulares, yo creo que esta noche van a quedar derramadas lágrimas de más de un costalero.
Hace poco rato me decía uno, “Por fin vas a hacer nuestro pregón, pero cuanto has tardado. Ahora tendrás que repetir alguna de las cosas que ya has dicho en otros”. ¡Qué amor propio!. Y tiene razón, he tardado mucho, pero estoy aquí hoy, que es cuando Él lo ha querido y por fin, revestío con la túnico de la Hermandad voy a poderte decir públicamente mi oración, porque este pregón es oración de todos en labios de este pregonero. Es cuando voy a tener que repetir, cosas que ya he dicho en otros, es imposible dirigirse a Cristo sin repetir las mismas palabras que se le vienen diciendo durante 2.000 años, referente a su Pasión, Muerte y Resurrección.
Lo que sí puede ser distinto es la forma que cada cual tenga de expresarla, el sentimiento y el cariño que en ello ponga, y esto pueden ustedes estar seguros, que no van a faltar e mis versos. Y ya sin más preámbulos para ustedes, mi pregón:
De pequeño aquí venía,
y en este barrio criado
que es mi mayor alegría.
Cuando se añora el pasao,
muchas veces presentía,
que esta hora llegaría,
y no estaba equivocao.
En esta Iglesia tan grande,
yo recuerdo que a diario,
cuando caía la tarde,
acompañado de mi madre,
rezaba el Santo Rosario.
El Templo en penumbra estaba,
y ella guiaba mi mano,
“pa” que yo me santiguara,
como todo fiel cristiano.
¿No es verdad Padre Jesús?
quisiera tenerte aquí,
“pa” que fueras m testigo,
y sentarme junto a Ti,
como dos viejos amigos,
que el destino vuelve a unir.
¿No te acuerdas ya de mí?,
soy el travieso chiquillo,
que contemplando tu hería,
lloraba en la sacristía,
vestío de monaguillo.
Y hoy que han pasao los años,
aquí me tienes denuevo,
oveja de tu rebaño,
que vuelvo a los Ocho Caños,
para ser tu pregonero.
Y con este pregón quiero,
pa colmar mis ilusiones,
ensalzar al Nazareno,
María de los Dolores,
y al hermano costalero.
¿Estáis alerta?,
preparados le contestan,
y él les grita: ¡A ésta es!.
Y van todos por igual,
elevando los dos pasos
y Jesús avanza ya,
lentamente muy despacio.
¡Mira que pasitos da!,
parece que no se quiere
ir de la calle Real,
aquí quisiera yo ver,
a esos pocos indiferentes,
que aparentan no creer,
y dicen no comprender,
el por qué del penitente,
porque esta noche solemne,
penitentes somos todos,
los que se encuentran presentes,
mirando a Jesús dolido,
levan la cruz a su modo.
Penitente es el hermano,
que lentamente camina,
con el rostro encapuchado,
formando la larga fila.
Penitente eres tú,
venturoso costalero,
que llevas a Padre Jesús,
cargado con el madero.
Y el que anda entre el gentío,
descalzo con una vela,
y el que soportando el frío,
contempla a Jesús herío,
desde el borde de la acera.
Todo el que critica tanto,
sin abrazar esta cruz,
que baje a Padre Jesús,
la noche del Jueves Santo.
Verá lo que es devoción,
de un pueblo que reza y llora,
al salir la procesión
de un Cristo vivo que adora.
Conservará en sus retinas,
la impresión que yo llevé,
cuando al doblar por la esquina,
vi a su Imagen divina,
reflejada en la pared,
y escuchará a una anciana,
postrada por el dolor,
que han llevado
a la ventana al Señor,
como le dice al pasar:
“No tardes Padre Jesús,
que no me puedo acostar,
hasta que regreses Tú”.
Y allí se queda postrada,
pidiendo su protección,
esperando ilusionada que
llegue la madrugada
y vuelva nuestro Señor.
Esta escena me inspiró en fiestas ya muy lejanas, escribir una canción que cantaron con fervor y que la llevo en el alma:
“Qué bonita tradición,
el Primer Viernes de Marzo,
besando aquel pie descalzo,
pidiendo su protección.
Y al salir Padre Jesús,
todo el mundo se impresiona,
al verlo con su corona,
bajo el peso de la Cruz.
Y aquí se queda mi barrio,
con tristeza,
contemplando al costalero,
que lo lleva con firmeza.
Con la espalda empapada,
con los chorros de sudores,
se llevan de nuestro barrio,
a la Virgen de los Dolores,
y entre sollozos y oles,
costalero penitente,
que lo llevan lentamente,
no tardes mucho en volver”.
Quién viendo esta emoción,
no siente remordimientos,
o no entiende la pasión,
o le faltan sentimientos.
Ver a este Hombre que es Dios ofendido y humillado, soportando su dolor cuando la cruz le han cargado, sólo por ser Redentor, y al caer su cuerpo al suelo, porque le faltan las fuerzas, recurren al Cirineo para que le suba la cuesta. No lo hace, por piedad, ni porque Él sienta alivio, le obligan a caminar, para que pueda llegar hasta el final del martirio.
Ya se lo llevan del barrio,
con paso firme y sereno,
camino de su Calvario.
No lo lleves costalero,
que allí lo están esperando,
para clavarlo en el madero.
Cerrar los ojos quisiera,
por no verlo en las esquinas,
con esa cruz de madera,
y coronado de espinas.
Viendo a Jesús Nazareno,
con este dolor tan grande,
pidiendo que lo le falten,
las fuerzas al costalero,
porque Ronda está pidiendo
ver a Padre Jesús,
como lo lleva su gente,
caminando tan doliente,
bajo el peso de la Cruz.
Delante van los hermanos,
de la túnica morada,
con un símbolo en la mano,
bajo su dulce mirada,
y detrás de Ti Padre mío,
cuanta tristeza y dolor,
cuantos seres oprimidos,
cuantos hermanos afligidos,
implorando tu favor.
Tras una alegre apariencia,
Tú bien lo sabes Señor,
hay una triste experiencia,
unos cumpliendo promesa,
y otros que van por Amor,
y aquí la Reina del Cielo,
que ha dejado de llorar,
le dice a los costaleros:
“Mecedme un poquito más,
que si Yo tengo consuelo,
también podré consolar”.
Tanto llanto derramó,
la Virgen de los Dolores,
que a pesar de su dolor,
hoy son lágrimas de amor,
por nosotros pecadores,
porque si la Cruz pesaba,
mucho más que aquel madero,
era lo que soportaba,
pues sobre Cristo,
cargaron las culpas,
del mundo entero,
y aunque sea el Redentor,
eso a una Madre le hiere,
y la llena de dolor,
porque Ella lo parió,
como todas las mujeres,
y si su Hijo aceptó,
por nosotros la sentencia,
justo es que llevar,
entre todos la Cruz,
de la penitencia,
y además tiene otra pena,
que en el fondo le ha dolido,
y es que habiendo gente buena,
ver que las que calles están llenas,
y los templos están vacíos.
Pero sabe perdonar,
siendo Madre como es,
que vive la realidad,
porque l fervor popular,
mantiene viva la fe,
con que sólo una persona,
viéndolo tan mal herío,
con la Cruz y la corona,
al pasar diga:
“Dios mío”,
compartiendo su dolor,
ya la pena ha merecío,
que salga la procesión.
Es muy fácil de entender,
quién siga su recorrido,
si lo quiere comprender,
verá que la calle es,
esa noche un Templo vivo.
Madrugá del Viernes Santo,
ya está llegando a su Templo,
y su barrio está sollozando.
Fíjate en el capataz,
parece que está contento,
porque ha llegado al final,
y la Virgen ya está dentro,
pero Tú Madre de Amor,
aunque ya ten han encarrao,
traspasada de dolor,
no dejas al Redentor,
junto a la rampa agotao.
Y allá va de nuevo,
vuelve a salir y ofreciéndole,
sus manos para que pueda subir.
Entonces los costaleros,
mancando muy lentamente el paso,
acercan al Nazareno,
al alcance de sus brazos.
En todo el barrio,
se hace un silencio impresionante,
cuando la Madre a su Hijo,
tiende los brazos adelante,
queriéndole dar cobijo.
Ya se presiente el encuentro,
no se oyen más que suspiros,
templados por el aliento,
rostros llenos de temores
y un grito mal contenido.
¡Ay, Virgen de los Dolores!.
La multitud silenciosa,
contempla a Jesús herío
Una saeta angustiosa,
con honda voz temblorosa,
raja el aire enrarecido,
y cuando ya están entrando,
rozando el palio y la Cruz,
¡mira como está tu barrio:
Llorando Padre Jesús!.
Queda un vacío en la calle,
cuando las puertas traspasa,
suspiros que van al aire,
y ojos llenos de esperanza,
mientras en el interior,
tras esa puerta cerrada,
ellos le dan con amor la última levantá.
Ya el costalero se marcha,
terminada su misión,
dejándolos en su casa.
Se acabó la procesión,
y al darle el último adiós,
con esa fe que le tienen,
le dicen dame Señor
salud, fuerza y devoción,
pa estar el año que viene.
Pero todos no estuvieron,
pues la muerte no perdona,
y entre otros que se fueron,
se marchó aquel costalero,
que era tan buena persona.,
y otros penitentes conocidos.
No sé si nombrar algunos,
porque acuden de repente,
tantos nombres a mi mente,
que es mejor no dar ninguno.
Un costalero cualquiera,
después de mucho dolor,
dejó tras larga carrera,
su dura trabajadera,
y esta vida abandonó.
No le llores que aquí fue,
donde acabó su triste peregrinar,
pues cuando al Cielo llegó,
y en la puerta se encontró,
no tuvo ni que llamar,
porque antes de que San Pedro preguntara:
¿Tú que has sido?,
Sonó una voz como un trueno diciendo:
¡abre ligero que ése es costalero!.
Y atraviesa el costalero,
lleno de felicidad las grandes
puertas del Cielo,
abiertas de par en par,
dejando atrás los luceros,
perdidos en la inmensidad.
“Ven que te estoy esperando”,
le dice Padre Jesús,
y adelantando los pasos,
lo estrecha en un fuerte abrazo,
porque allí no tiene Cruz.
“Pasa que tengo un lugar reservado,
aquí en el Cielo,
que es un remanso de paz,
y lo vas a disfrutar,
junto a otros costaleros”.
Conteniendo la emoción,
muchas veces me pregunto:
¿sacarán en procesión
a la Virgen, y al Señor,
allí que están todos juntos?.
Y me imagino a María,
que es la Reina de la Paz,
llena de luz y alegría,
con toda su majestad,
sin la pena que tenía,
cuando ellos la mecían,
aquí en la calle Real.
Porque allí la procisión,
no es como la imaginamos,
allí los acoge el Señor ,
poderoso Soberano,
todo gloria y amor,
treinta y cinco en cada mano,
dándoles el sitio mejor.
Por fin les llegó ya el día,
que brilla la nueva aurora,
y hasta la Virgen María,
dando saltos de alegría,
bonita como Ella sola,
al capataz le decía:
“Ya tienes la recompensa,
que tanto te merecías,
hoy mi Hijo es costalero,
así cumple su promesa,
pagándole aquí en el Cielo,
lo que ellos hicieron en la tierra”.
Verdad que es maravilloso,
creer que tras esta vida,
hay otra que no termina,
donde seremos dichosos,
solamente hay que cumplir,
el mandato que nos dio:
“Amaos todos aquí,
lo mismo que os amé Yo”.
Si lo cumplimos así,
sabiendo lo que nos quiere el Padre,
va a permitir,
que algún hijo se condene.
Ya está llegando al final,
la misión del pregonero,
pero antes de terminar un encargo,
quiero dar a ti hermano costalero:
“A través del Nazareno,
yo te voy a encomendar,
que le hables al Dios bueno,
porque sé que aun costalero,
Dios lo tiene que escuchar:
“Pídele por los amigos,
que sienten necesidad,
y no encuentran el camino,
de la luz y la verdad,
quiero que le digas tú,
que a la hora del dolor sepamos,
llevar la Cruz,
con fuerza y resignación,
como la llevó Jesús,
y éste será mi consuelo,
porque llevando la Cruz,
vestido de nazareno,
cuando lo vea en el cielo,
le diré:
“Padre Jesús,
¿por qué no quisiste Tú,
que yo fuera costalero?.”
José María León Cordón.